Historia
Aria Finch tuvo la bendición —o maldición— de convertirse en madre cuando cumplió veintiún años; el padre del bebé no era nadie más que su expareja… O eso creían todos. Nunca tuvo la intención de explicarle a los que la rodeaban que su hijo era un semidiós, especialmente a aquel joven que tanto le gustaba. Después de todo, ¿qué tan diferente de un niño corriente podría ser?
Ella tenía un plan sencillo, pero bastante creíble. La concepción del niño se dio mientras todavía se encontraba en una relación con su novio de esa época, por lo que fue fácil que aceptara la responsabilidad de padre. Sin embargo, tenía una falla primordial y era que él se encontraba enamorado de alguien más.
Era un problema que no esperaba enfrentar, pero solo podía hacer una cosa. Buscar venganza. Claro, no era lo convencional y lo sabía, mas no le importaba en lo absoluto. Él había cometido el error de dejarla por alguien más y tendría que aceptar las consecuencias de sus acciones.
Anton, fue el nombre que se le dio al niño. El arreglo al que llegaron fue que él podría vivir con su padre cinco días y con su madre los fines de semana; era justo y la persona con la mejor estabilidad no era Aria (tanto mental como económica). Esto únicamente le molestó: perder nuevamente no era un sentimiento deseado, pero aceptó rápidamente la decisión ya que no quería cuidar a un niño.
Con el paso de los años una nueva adición a la familia apareció: una pequeña niña. Esto solo empeoró la situación, pues le recordaba constantemente todo lo que no podía tener. La ira y envidia se apoderaba poco a poco de Aria, haciéndole ver diferente la vida y a su propio hijo. Tenía una misión especial para él y la cumpliría incluso contra su voluntad.
Desde temprana edad comentaba sobre la falta de cariño y atención por parte del padre de Anton, haciéndole sentir al menor que había no sido bienvenido; él se había forzado en la vida del señor. Su madre le obligó a practicar un deporte, convenciéndole que eso le haría ver bien en los ojos de su papá.
Comenzó a patinar cuando tenía ocho años, avanzando rápidamente con el único deseo de demostrarle a aquellos que le rodeaban que era capaz y poseía un valor. La estricta dieta, los comentarios constantes y la fatiga acumulada que tenía del estilo de vida que llevaba llegaría a cobrarle el precio cuando tenía 17 años.
Ante los gritos de su madre sobre su incapacidad de seguir con el entrenamiento de la noche, sintió que algo se rompió en sí mismo. Notó el ambiente cambiar, las luces tintineaban, desvaneciéndose por completo cuando que se percató del silencio. Volteó su vista hacia el lugar donde su madre había permanecido segundos atrás, pero no la encontró.
Patinó hasta la salida, colocando los protectores rápidamente y siguió en su búsqueda. Sintió cómo su corazón daba un vuelco cada vez que llamaba a su madre y ella no respondía… Hasta que escuchó un sollozo.
Corrió en dirección al sonido y finalmente notó que las lámparas comenzaron a funcionar nuevamente, pues frente a él podía ver la figura de una mujer, “Madre”, pensó; ella se estremecía, murmurando cosas que no llegaba a comprender. Cuando se dio cuenta que su hijo se encontraba cerca, trató de alejarse, moviéndose torpemente hacia atrás. Podía sentir el miedo de la señora a millas.
Anton parpadeó, no entendiendo el motivo. ¿Acaso había sido su culpa? ¿Él le había hecho algo? No, no podía ser. Tomó otro paso y la mujer gritó que parara, también le dijo otras cosas que prefería olvidar.
( . . . )